25 de febrero de 2015

Cisne negro


Por fin llegó mi día, el día de mi primera intervención como colaborador de este grandioso blog. Mi primer granito de arena va dirigido a esta gran película que vi en el cine una de esas tardes en las que te quedas satisfecho por haber pagado el precio de la entrada.

Conseguir la perfección. Este es uno de los temas principales de Cisne Negro, y parece que es el camino que recorre el joven director Darren Aronofsky, ya que siguiendo sus películas observamos cómo van adquiriendo un tono de madurez, siguiendo una progresión in crescendo como director.

Cisne negro nos cuenta la historia de Nina (Natalie Portman), una bailarina, encarnación de la inocencia y la pureza en su máximo contexto, integrante de una compañía de  ballet de Nueva York, que consigue el papel protagonista en la obra El lago de los cisnes  de Tchaikovski. Para ello deberá interpretar perfectamente dos figuras notablemente contrapuestas: el cisne blanco, representación de  esa pureza e inocencia tan características de Nina, resultando éste un papel ideal para ella, y el cisne negro, que requiere una imagen más agresiva, seductora y peligrosa. Así, comienza su particular camino para alcanzar la perfección, para ello Nina tiene su propia musa, su modelo a seguir, Beth, la antigua bailarina principal, interpretada a la perfección por Winona Ryder  que borda un papel magistral en las pocas escenas en las que aparece.

El reparto principal lo cierran una madre controladora (Bárbara Hershey) al más puro estilo Carrie, ex-bailarina frustrada por sus sueños inalcanzados, que quiere hacer de Nina la artista sobresaliente que ella no consiguió ser, y Thomas Leroy (Vincent Cassel), el director de la compañía de ballet que quiere sacar el máximo rendimiento al talento de Nina.

Aronofsky juega frecuentemente con planos cortos, con mucho movimiento,  imprimiendo un ritmo vertiginoso, una atmósfera envolvente especialmente en las escenas de ballet, donde el espectador tiene la sensación de formar parte del propio baile, tomando frecuentemente una perspectiva desde el hombro de la protagonista que nos hace vislumbrar su propia percepción de la realidad. Inevitablemente presentes están las características escenas de alto contenido erótico que ya pudimos ver en otras de sus películas como la stripper de El luchador y la escena de Requiem por un sueño en la que el personaje de Liv Tyler ofrece sexo a cambio de drogas. En contraste con  esto, aparecen escenas  desagradables, representadas por  una enfermiza obsesión por las uñas que provoca el desagrado, ansiedad y frustración en el espectador, algo que también podemos ver en las películas anteriormente mencionadas, en la primera en una escena en la que Mickey Rourke se extirpa unos cristales de su cuerpo en un primer plano, y la segunda  con la famosa escena de la aguja en el brazo gangrenado de Jared Leto.


Aronofsky nos introduce en un mundo tenebroso, siniestro, caracterizado por la dualidad de blancos y negros por doquier, utilizados en muchas  escenas de forma simbólica. Al principio Nina viste siempre colores blancos hasta llegar a un punto de inflexión donde viste una camiseta negra, simbolizando la metamorfosis del personaje. Y como todo buen protagonista, Nina necesita una figura que represente la oscuridad, su rival y antagonista Lilly (Mila Kunis) la nueva bailarina, que en contraposición con la fría, frágil  y reprimida Nina con sus rasgos  marmóreos y firmes, Lilly  desprende sensualidad gracias a la voluptuosidad de sus rasgos físicos, es natural, misteriosa, todo lo que le falta a Nina, la personificación del cisne negro, convirtiéndose así en su principal rival por el papel protagonista de la obra.

Finalmente podemos observar en Nina como la cordura va siendo cercada en lo más profundo de su ser por un mundo de paranoia, que recuerda al entorno esquizofrénico de El club de la lucha, consiguiendo al fin ese frenesí tintado de demencia en  mirada y movimiento característico del cisne negro.

Conociendo la filmografía del director es fácil prever el giro que tomarán los acontecimientos hacia un final de infortunio, con una sublime Natalie Portman, que lejos queda ya de aquella pequeña niña que nos cautivó en León el profesional. Aun así, nos encontramos ante una obra que tiene los ingredientes necesarios para convertirse en un clásico y que todo cineasta debería tener en su filmoteca particular.

Publicado originalmente en Crónicas de Valhalla

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